lunes, 19 de febrero de 2007

Como una llanta.


Sufro del ‘síndrome de la llanta’. O al menos así explicaba mi analista esta cojuda propensión a irme derechito a la mierda luego de la menor decepción amorosa. La entropía –me decía él– es la fuerza por la cual una llanta avanza; sin embargo, el mismo mecanismo de rozamiento que la hace avanzar, la desgasta. Exactamente eso es lo que me ocurre cuando me relaciono con una mujer. Me excita que me aplasten. Hago todo lo que está estipulado en el manual del imbécil, y cuando me humillan, lejos de aprender la lección, cometo los errores una y otra vez. No miento si digo que he llegado a sospechar, con absoluto terror, que dependo de las depresiones como quien depende de una botella de suero para mantener su metabolismo en paz. Es como si necesitara que me manden al carajo para sentir que está plenamente justificada mi existencia literaria. Es desesperante, pero tengo que admitirlo: pastoreo sobre mi propia mierda y disfruto dando brazadas en el tórrido desagüe en que se ha convertido m
i vida sentimental. No sé si es común ser atacado por este pendejo virus de la flagelación moral que, en el fondo, es una absurda paranoia adolescente.

3 comentarios:

Eduardo Eneque dijo...

Pues no es bueno dejarse arrastrar. No sucumbas a ciegas a una relación.

Mar dijo...

IDEM :(

CARBON dijo...

si fuese tan simple como poner suprimir, en dicho programa .. cuando, inexplicablemente, algo nos predispone a esas situaciones de divagar y jugar al borde del abismo.

No es masoquismo, no lo creo.
A quien no le ha pasado, dificilmente lo entenderá, y considerará que la solución es evidentemente simple ... dejarse de webadas .. pero noooo.

No es que nos guste el dolor, es que a veces no nos da la gana de aprender de nuestros errores, o si?